lunes, 8 de agosto de 2011

Día a día


La pobreza de los pobres siempre ha sido muy sentida, ha afectado a todas las sociedades e indirectamente a todos los estamentos. 
Sin embargo, siempre hay quienes se animan a liberar a los de su condición del sufrimiento, de la amargura de no tener nada sabiendo que a otros les sobran las riquezas.
Quiero contar la historia de una familia que, sin nada más que sus ideales y su ligera unión, contribuyó a mejorar el futuro de un país. Aunque ellos no lo supieran jamás.
Sus miembros no eran peculiares. Un padre machista, el mayor de sus hermanos, quien a pesar de su inteligencia y dedicación, tuvo que salir a trabajar muy pronto por el vicio de su padre y para ayudar a mantener a su numerosa familia y con ello desechar las ansias de estudiar. 
Una madre sometida desde temprana edad al trabajo del hogar, castigada por sus tías, con las que vivió desde muy pequeña y a quienes su madre entregó para que de alguna manera fuera útil. La pareja tenía cuatro hijos, cada uno en aquel entonces estaba en busca de sus ideales y de su futuro.
El padre, carpintero desde muy pequeño, se ganaba la vida haciendo muebles por encargo. Pertenecía a una religión no muy convincente según sus ideales, no sé bien por qué se relacionaba con gente de la iglesia, pero, como en todo lo que hacía, se implicaba mucho, sobre todo cuando alguien necesitaba ayuda. Tanto es así que alguna vez, sabiendo que posiblemente el día de mañana no tuviese dinero ni tan siquiera para comprar un pan, daba su ración de comida para que a otros no les faltara.
Desde que tenía uso de razón, había leído libros y escuchado programas radiofónicos que hablasen a favor de la comunidad. Así fue como forjó sus ideales, sin el consejo de sus progenitores y sin necesidad de escolarizarse. Cuando era joven se acercó a las sedes socialistas de su barrio y de esta manera fue miembro del partido comunista.
Eran tiempos duros para el país en esos momentos, un general de expresión terrible y con intenciones aún peores había tomado el poder por la fuerza, asesinando, torturando y vejando a miles de personas. La cúpula del partido comunista se desmoronaba y los militares perseguían con intenciones asesinas a quienes tuvieran antecedentes de haber apoyado los ideales marxistas.
Él era uno de ellos. Junto con otros dirigentes y compañeros de su partido se escondían por las tardes, tras el toque de queda, repartiendo panfletos, folletos, que versaban sobre la dureza del gobierno del general y estaban a favor de la oposición del pueblo a los tratos vejatorios que estaban acaeciendo en todo el país. 
Se arriesgaba a diario a que los militares que hacían rondas por las calles de la ciudad les pillaran y les mataran en el acto, como había ordenado el general, o a que los vecinos, algunos de ideologías fascistas y otros por simple miedo a las represalias, les delataran y todo acabara sin más.
Los hijos también eran de ideologías socialistas. Ellos apoyaban la causa y estaban muy en contra del gobierno dictatorial. ¿Sabrían acaso que la tortura acabaría más tarde de lo que esperaban? Y de haberlo imaginado ¿se habrían arriesgado a seguir los pasos de su padre y a jugar con la muerte para contribuir a la libertad del pueblo?
Alguna vez llegaron los militares al barrio, entraban en las casas saqueando y destrozando los hogares. Encontrando comunistas y fusilándolos a plena luz del día en el parque donde años antes jugaban los niños inocentes. 
En una de estas ocasiones entraron en la casa del carpintero, encontraron libros prohibidos por el gobierno y lo apresaron. Lo llevaron junto a unos cuantos compañeros más. Lo creyó todo perdido. La familia temió lo peor. Los pusieron en fila, esperando órdenes de fusilarlos a todos, pero el destino quiso que aquel día no muriera. Un intelecto tal no podría perderse de una manera tan vulgar.
Esta situación no le detuvo en el intento, ni a él ni a sus descendientes. Algunos, siguen luchando a diario, y aplicando sus ideales en todo cuanto hacen.
La catástrofe continuó unos cuantos años más. Pero él y su familia seguían perseverando en sus ideas, al fin y al cabo, con las ideas no se daña a nadie.
Esta y otras personas contribuyeron a que un día el pueblo dijera ¡basta! Y derrocaran el gobierno del gris general.
Con todo esto quiero decir que no importa que  vayamos a contracorriente. Cualquier causa necesita sus sacrificios y sin esperar retribución ni compañía podemos aplicar en el aquí y ahora nuestros ideales de igualdad. No importa lo que hagamos, si somos justos con los otros y con lo que pensamos podemos contribuir a cambiar el mundo.

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