jueves, 15 de septiembre de 2011

Aquello que no esperamos

Hace tiempo que estaba esperando este momento. Sabía que le iba a ocurrir tarde o temprano, pero temía afrontar algo que acarreaba tanta responsabilidad.
Su primera impresión fue bastante buena, a pesar de que se fijaba minuciosamente en los detalles. Pero esos ojos tan grandes no la dejaron ver lo demás. Eran del color de la miel, y tenía la impresión de, cuando los miraba fijamente, estar saboreando una gran cucharada de dulce miel que no acababa nunca.
Reconoció que nunca había sentido algo así. Se sentía atrapada, no podía respirar, incluso cuando estaba a kilómetros de distancia lo olía.
Cuando se conocieron ella estaba dando una conferencia. Se había preparado mucho para ello, habia pedido diversas opiniones y hecho una investigación exhaustiva. Todo esto, pensó, no había servido de nada, porque cuando le tocó hablar y tras una breve presentación, reparó en que él estaba mirándola con mayor atención de la que ella esperaba, lo cual le pareció maravilloso y a la vez desconcertante. Le temblaron las piernas y creyó que la mayoría de las personas se había dado cuenta.
La seguía observando y cuando ella no pudo aparatar la vista de la suya, él, con una sincera sonrisa, la saludó con un ligero movimiento de la mano derecha. Eso la tranquilizó un poco y empezó a dar su discurso.
Según recuerda parece no haber estado allí. No sabe si realmente dijo aquello que quería explicar o simplemente se limitó a hablar de hormigas extraterrestres.
Cuando terminó, se acercaron muchas personas a felicitarla por tan maravillosa disertación. Sin embargo no acudió a hablar con ella quien ella más esperaba; quería cruzar aunque fuera un "hola" con él, para poder oir su voz. Se la imaginaba muy grave, aunque sabía que fuese como fuese su voz se quedaría prendada de esta.

Esto la decepcionó y no pudo librarse de este sentimiento (a pesar de que había hecho un muy buen trabajo aquel día).
Bajó a tomar algún refresco a la cafetería del hotel en el que se celebró su conferencia. Hablaba con unas compañeras de profesión de trivialidades.

Después de una hora de espera obtuvo su recompensa. Él preguntó si podía compartir mesa con ellas y todas asintieron a la vez, todas menos nuestra protagonista que se puso muy tensa, como si no deseara que se sentara a su lado y le confesara que la amaba.
Se sentó a su lado y comenzaron a hablar, las demás finalmente optaron por marcharse, bien porque tenían trabajo pendiente o porque se dieron cuenta de que sobraban en esta amena conversación de dos.
Comenzó felicitándola por su trabajo y contándole que desde hace mucho tiempo esperaba algo así, alguien con decisión y las cosas claras que supiese expresar lo que quería decir y no anduviera con rodeos.
La conversación tomó otro rumbo y fue cuando ella se dió cuenta de que él la miraba con un interés distinto.

Pasaban los días. Le encantaba hablar con él. Ya llevaban mucho tiempo hablando y decidió que necesitaba aclarar las cosas, y saber si el sentimiento era mutuo.
Sabía que era una locura, porque a ella esto nunca le había ocurrido, se sentía enamorada, de esos rasgos tan característicos, de su sonrisa (la más bonita que jamás había visto), de su discurso ameno y cautivador y de su olor que nunca supo definir pero que solo había sentido en él.

La abordó en las escaleras del edificio, en el que ambos trabajaban hace más de cuatro meses, como de costumbre, y la invitó a tomar un café. Su corazón latía a 150 pulsaciones por minuto y decidió que nada evitaría lo inevitable.
Empezaron a hablar de lo que todo el mundo estaba comentando, la mala calidad del servicio de limpieza.
Entonces ella súbitamente le dijo que había estado mintiéndole, por omisión, lo cual ella consideraba una mentira al fin y al cabo. Le dijo que se sentía muy atraída por él y que nunca había sentido esto por nadie.
Él, atónito, le confesó que no esperaba esto, pero que toda su vida había estado soñando con que una mujer le confesara su amor, y no tener que ser él quien siempre lo hiciera. Le agradeció su sinceridad y le dijo que ella era una muer increíble, que nunca había conocido a nadie así y que no estaba preparado ahora mismo para estar con nadie.
Se dió cuenta de que otra vez le temblaban las piernas y bebió un gran sorbo del refresco que tenía en el vaso. No se lo esperaba. Asintió y le dijo que sólo quería dejar las cosas claras y que ahora podrían ser verdaderos amigos porque ambos concían la verdad. No recuerda qué más ocurrió durante la tarde, solo aquel amargo beso en la mejilla que él le dio y que duró más que de costumbre.
Llego a casa y se martirizó al saber que aún seguía mintiéndole, le hubiese encantado convencerle de que sabía lo que el futuro les deparaba y que era magnífico. Que quería poseer su alma, sus sentimientos y todo lo que él quisiera darle. No quería ser solo una amiga, quería ser ella en él. Se sentía como un niño pequeño al que le roban una piruleta, la más grande de las que había en la tienda.

Se dió una ducha que le aclaró sus pensamientos y se juró que jamás volvería a retomar la convsación con él. A la mañana siguiente le buscó en su despacho con la mirada mientras pasaba por ahí  y él no estaba. Unas horas después llamó a su secretaria para que le comunicase que necesitaba hablar con él, pero no había ido a trabajar en todo el día ni había avisado del motivo.
Una semana más tarde se enteró de que aquel preciado hombre, tan conocido y tan miesterioso a la vez había dimitido.
Sin duda esto le destrozó el alma, se quedó desolada y sabiendo que no volvería a verle nunca más.
Se culpó por lo ocurrido aunque no entendía tan radical decisión.

Seguramente no podría olvidarlo nunca, pero sabía que es así como mejor acaban las cosas, con decisiones drásticas que no dan lugar a opciones que, de alguna u otra manera, no se quieren.

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